Sabemos de la importancia de la confianza en todos los aspectos de la vida. Es la base de cualquier relación y el canal de una comunicación auténtica. En el mundo laboral las empresas necesitan gozar de la confianza de sus trabajadores, en los mercados las marcas quieren tener la confianza de sus clientes,los intercambios comerciales se dan porque existe confianza, en el ámbito privado los padres intentan mantener la confianza ciega que sus hijos les tenían cuando eran pequeños, las relaciones de pareja y amistad son más genuinas cuanto mayor es la confianza mutua.
En todos los casos la acción de confiar es una elección libre que se basa en la identificación con el otro. Es algo recíproco, un proceso de correspondencia que nace de la libertad, pues nadie obliga a nadie a fiarse, y que se alimenta de las vivencias o desaparece cuando se defrauda esa confianza.
Toda acción de confiar implica una incertidumbre, pues se crea una relación de dependencia que se daña si se incumplen las promesas.
A. Sinceridad
Las conversaciones y compromisos públicos de quien hizo la promesa son consistentes con sus conversaciones y compromisos privados.
B. Competencia
La persona que hizo la promesa puede ejecutarla efectivamente, de manera de proveer las condiciones de satisfacción acordadas. Tiene con qué responder (respaldo, recursos, conocimientos, habilidades, etc.).
C. Credibilidad
El historial de cumplimientos o incumplimientos de compromisos pasados de quien hace la promesa. Su registro de “Antecedentes”.
D. Implicación
Es el juicio que hago respecto de que al otro le importa lo que a mí me importa y que “está dispuesto a jugársela por lo mismo que yo me la juego”. En síntesis, le importa que a mí me vaya bien.
“En definitiva, el confiar siempre incluye estar dispuesto a asumir un riego en la coordinación de acciones con los demás”
En efecto, como vemos en el gráfico de arriba, a la resultante de fundar debidamente nuestros juicios (evaluando su sinceridad, competencia, credibilidad e involucramiento) es necesario también desarrollar nuestra capacidad de asumir riesgos, a los efectos de no quedarnos en una postura de aislamiento (incapaz de poder delegar en los demás) o de estancamiento (el que no arriesga, no gana).
Entonces se produce la pérdida de fiabilidad, de credibilidad. No dar crédito significa no confiar. Y esto ocurre cuando se ha producido un abuso de la confianza. En ese momento surge la desconfianza, que es el resultado del fracaso de confiar, y no la ausencia de confianza. Ya que lo natural es fiarse, pues es más costoso no confiar.
Aunque no hay que confundir confianza con ingenuidad. De hecho, si confiamos estamos aceptando la responsabilidad del otro, su capacidad de responder ante las situaciones, y esto implica darle la oportunidad de adquirir un compromiso. No podemos esperar que nos demuestren primero para confiar después, es necesario tener fe. Por eso decimos cuando alguien es de fiar que su palabra es fiable. A veces los grandes negocios solo necesitan un apretón de manos, ya que es imposible recoger en ningún contrato todas las variaciones y posibilidades en las que se vaya a poner a prueba la relación de confianza entre las partes.
Confiar también requiere dejar de controlar, cuando nuestros hijos adolescentes empiezan a salir del cascarón hemos darles el beneficio de la duda para que demuestren si son confiables. En ese momento los padres pasamos a ser confiadores. Ciertamente esa confianza puede ser rota, y posteriormente reparada si damos una segunda oportunidad.
Luego está la confianza en uno mismo, lo que lleva implícito la capacidad de cumplir con nuestros auto- compromisos, que es el hábito de hacer lo que nos proponemos. Si no nos sentimos merecedores de nuestra propia confianza, será difícil que podamos confiar en los demás. Cuando sentimos que otros confían en nosotros aumenta nuestra auto-estima y nuestra capacidad de cumplir, convirtiéndonos en personas dignas de confianza.
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